El descubrimiento del factor inducido por la hipoxia (HIF, a partir de ahora) supuso una verdadera revolución dentro de los estudiosos de las ciencias de la vida. Tanto es así que en el comunicado de la Asamblea de los Premios Nobel de 2019 se describieron estos hallazgos como "la revelación de los mecanismos de uno de los procesos adaptativos más esenciales de la vida". Veamos: el HIF es un factor que en condiciones normales no genera ningún efecto. Pero cuando la célula se encuentra en un ambiente carente de oxígeno sucede la magia: se desencadenan una serie de activaciones genéticas que ponen en acción a multitud de sistemas de nuestro cuerpo. Una explosión de consecuencias que van desde la formación de capilares a cambios en el metabolismo, la inmunidad, la oxidación de sustratos o la síntesis hormonal.

Resulta cuanto menos sorprendente que un estímulo pueda generar tal cantidad de respuestas. Y no sólo eso, sino que además resulta que éste factor relacionado con la falta de oxígeno se expresa en una cantidad inmensa de seres vivos, desde los humanos hasta las moscas de la fruta o el gusano más simple de la escala evolutiva. Es de sentido común pensar que si la naturaleza ha conservado tanto este factor será porque tiene una fuerte implicación en la conservación de la vida. Pero... ¿Qué interés puede tener un gusano en subir a la cumbre del Everest?

Pues ninguna :) Pero es que hipoxia significa infarto, tumor, ictus, infección, anemia. Situaciones que ponen en juego la vida a nivel del mar, y que implican falta de oxígeno celular. Y frente a las que todos los organismos se defienden con uñas y dientes. Brutal.

Y fíjate en otra cosa: hipoxia también es ejercicio en músculo no entrenado. Así, el ejercicio agudo implica la expresión del HIF de forma que hay un aumento, entre otras cosas, de los vasos sanguíneos que van al músculo y también del metabolismo de la glucosa. Con la adaptación al entrenamiento esta respuesta se va atenuando y, una vez asegurados de que el músculo recibe el máximo oxígeno a través de la sangre,  se desencadenan las adaptaciones más sutiles para aprovecharlo, las mitocondriales. De la misma forma, la oxidación de glucosa va evolucionando a una mayor capacidad de oxidar ácidos grasos para el mismo estímulo de ejercicio físico.

Es sorprendente la increíble capacidad del ser humano de subir montañas altas y poner al cuerpo al límite en situaciones de hipoxia, que va mucho más allá de nuestra habilidad para sobrevivir a otros ambientes extremos, como por ejemplo al frío. Con una buena aclimatación, el ser humano consigue tolerar saturaciones arteriales bajísimas de oxígeno, completamente incompatibles con la vida en otras circunstancias. Afortunadamente para los alpinistas de altitud o para los atletas que entrenan en hipoxia, resulta que la causa no es otra que aprovechar un mecanismo biológico de conservación de la vida que compartimos con muchísimas otras especies que, (afortunadamente) no tienen nuestro espíritu explorador.