Habrás oído más de una vez que una de las mayores dificultades a las que se enfrenta un alpinista a extrema altitud es la obtención de agua y la cocción de los alimentos. Una expedición en autosuficiencia requiere acarrear lo estrictamente necesario para la supervivencia y la actividad pero sin ir cargado en exceso. Teniendo esto en cuenta, transportar agua en altitud (1L=1Kg) roza lo absurdo si estamos rodeados de nieve o hielo, que no son otra cosa que agua en estado sólido. Hasta aquí bien. No subimos el agua, pero sí deberemos subir el combustible necesario para obtenerla y, a partir de ella, cocinar o rehidratar los alimentos que sea.
Pero es que resulta que cocinar en altitud es extremaaaaadamente lento. ¿Te has preguntado alguna vez por qué?
Marc Toralles y Bru Bussom funden nieve para rehidratar sus liofilizados durante su ascensión al Siula Grande
Dos cápsulas de teoría antes de empezar:
- La presión atmosférica es el peso de las moléculas de la atmosfera a la que estamos sometidos. Sí, la atmósfera pesa sobre nuestras cabezas, y nuestra vida está íntimamente ligada a este hecho.
- El agua hierve cuando la presión atmosférica (otra vez, el peso de las moléculas de la atmósfera que hay sobre ella) se iguala a la presión que ejerce el vapor de agua. Como si hubiese dos fuerzas en dirección contraria que se tienen que igualar para que la ebullición suceda.
Esto, a nivel del mar, ocurre a los 100 grados centígrados de temperatura. PERO, cuando subes una montaña no sólo asciendes por ella; también estás escalando moléculas de atmósfera. Pues lo mismo para el agua: la presión que tiene que superar para ponerse a hervir es menor cuanto más alto estés cocinando, porque la cantidad de moléculas que tiene por encima y cuyo peso tiene que vencer para hervir, es menor. De esta forma, la temperatura a la que el agua empezará a hervir será más baja.
Jordi Corominas funde nieve durante su ascensión al K2
Pero entonces… Debería ser más rápido cocinar, ¿No? Pues no. No es lo mismo cocer unas lentejas a 100 grados, que a 70, por ejemplo. A menor temperatura de ebullición, necesitarás muuuuuuucho más rato para cocer un determinado alimento. Por ello, la gente de Denver y todas las abuelas que se precien (aunque estén a nivel del mar), se hacen el caldo en ollas a presión (¡Aha!). Es decir, que aunque hiervas el agua en un monte alto, cuando la viertas a tu liofilizado, en el mejor de los casos éste necesitará más tiempo para hidratarse y no parecer de cartón-piedra, porque lo más probable es que el agua no esté a 100 grados centígrados.
Si llevamos este concepto al extremo, a lo cósmico, vemos que este suceso sigue su curso conforme aumenta la altitud. Tanto es así, que en la estratosfera (concretamente a 22.240 metros), sin protección ni presurización de ningún tipo, nuestro cuerpo hierve literalmente. El agua de tu sangre hierve sin que la tengas que calentar a esa altitud, porque la presión atmosférica es bajísima y, con ella, el punto de ebullición.
A los terrícolas nos suena medio raro eso de evaporarnos en el universo, pero muy cerquita de ahí estaba la altitud de vuelo del Concorde, un avión de pasajeros que dejó de usarse hace un tiempo, o los vuelos con cazas militares, que deben cuidarse mucho de que su cabina esté correctamente presurizada para evitar la catástrofe.
Si tienes mucho vicio y necesitas saber más sobre este tema, puedes estudiarte la ley de Clausius-Clapeyron. De esta forma, si la próxima vez que salgas al monte te olvidas el altímetro en casa, ¡¡Podrás calcular a qué altitud te encuentras midiendo la temperatura a la que hierve tu té!!!